¿Qué es más importante para vivir más, los genes o los hábitos de vida?
Esta fue la pregunta que ha movido a los investigadores a estudiar la genética de más de 350.000 adultos y hacer un seguimiento de sus hábitos de vida durante casi 13 años.
En el estudio se asociaron la genética y los hábitos seguidos por estas personas con su esperanza de vida. Se consideraron hábitos como el tabaquismo, el consumo de alcohol, la actividad física, la forma corporal, la duración del sueño y la dieta.
Las conclusiones de este estudio muestran que, cito literalmente, «tanto los factores genéticos como el estilo de vida se asocian de forma independiente con la esperanza de vida. La adherencia a estilos de vida saludables podría atenuar en gran medida el riesgo genético de una vida más corta o muerte prematura. La combinación óptima de estilos de vida saludables podría transmitir mejores beneficios para una vida más larga, independientemente de los antecedentes genéticos.»
Las personas con «buenos genes» pero malos hábitos de vida, tienen más riesgo de morir que las personas que tienen «peores genes» pero buenos hábitos de vida.
Tener un alto riesgo genético se asocia con un 21% más de riesgo de muerte en comparación con tener un bajo riesgo genético. Pero tener un estilo de vida desfavorable se asocia con un 78% más de riesgo de muerte en comparación con tener un estilo de vida favorable. Además, el riesgo genético de una esperanza de vida más corta o muerte prematura podría compensarse con un estilo de vida favorable en aproximadamente un 62%.
Estas conclusiones confirman el poder de la epigenética, y es que «estar predispuesto no significa estar predestinado». No son las cartas que nos tocan, sino cómo las jugamos, lo que determina el resultado de la partida.
Como diría Marcos Vázquez: «los genes son los que cargan la pistola, pero los hábitos son los que aprietan el gatillo».